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11.02.2010

PARTE I [Sally, llegada.]

Cuando el taxi frenó cerca del número dieciséis de la Avenida Lejanía, el sol casi había desaparecido por el horizonte. Había llovido durante todo el trayecto pero minutos antes de llegar el cielo se había cansado de derramar gotas.
Así, cuando Sally bajó del coche, observó un hermoso arco iris dividiendo el cielo de un modo casi mágico. El otoño acababa de llegar y podía olerse a través del viento. Pagó al taxista y obsevó cómo el coche se alejaba, intentando alcanzar al sol antes de que se escondiera completamente.
Volvió a mirar el fragmento de papel, donde estaba escrita la dirección y suspiró. No sabía si estaba preparada para afrontar un cambio tan brusco en su "nueva" vida... Se encontraba en mitad de una carretera vacía, y a ambos lados de ella había hileras de casas, cada una con su respectivo jardín, y cada una diferente a la anterior. Pero tenían algo en común, todas representaban la expresión del buen gusto: paredes de color crema, suaves, columnas blancas y rosáceas en el porche de la entrada, arbustos podados en forma de ciervos y jirafas, palmeras y cocheras del tamaño de su anterior casa, y un largo etcétera de lo que ella consideraba un desperdicio de dinero, tal y como estaba el mundo fuera de aquel lugar pijo.

Sally se dirigió hacia la acera derecha, buscando la puerta número décimosexta: la casa de su primo Ian, al que no había vuelto a ver desde que tenía siete u ocho años. Tan sólo recordaba vagamente a un chico joven, atractivo, con unos increíbles ojos verdes y pelo rubio largo hasta los hombros. Sonrió al recordar a su madre, revolviéndole el pelo e intentando convencerle para que se lo cortara, y la posterior risa de él, diciéndole que ni lo soñara. Fue la última vez que lo vio, y nunca supo el motivo por el cual él no volvió. Su madre fruncía los labios cada vez que Sally intentaba sonsacarle algo, y ahora, justamente ahora, Ian le enviaba una carta invitándole a vivir en su casa con él. Ahora tendría unos treinta y seis años, y posiblemente tuviera pareja, o incluso hijos. Sonrió nuevamente ante tal perspectiva. ¿Enseñaría a su hijo a tocar canciones de Ac/Dc en su guitarra eléctrica? Era más que probable. Abrió la cancela, a cada paso más nerviosa, internándose en el frondoso jardín, lleno de rosas y margaritas, y con una mano temblorosa sacó la carta que le había enviado, releyéndola nuevamente.

"Querida Sally:
Es mi deber como primo hermano que soy, el darte mi más sentido pésame ante una desgracia de tal envergadura. Es doloroso la pérdida de un ser querido, y más a tus diecinueve años. Mantengo muy buenos recuerdos de tu madre, y no me cabe la menor duda de que se ha marchado orgullosa de ti y de tus cuidados. Me complace escribirte esta carta con el simple objetivo de ofrecerte mi casa para que descanses de estos últimos dos años de sufrimiento, y te alejes de las esquinas del dolor viviendo un tiempo en aire distinto y fresco. Por favor, acepta mi oferta sin ningún tipo de compromiso. Espero tu respuesta.
Con cariño,
Ian.

P.D.: Por motivos personales no estaré en casa durante unas semanas, con lo cual te dejaré una copia de la llave debajo de la segunda maceta a mano derecha de la puerta principal. Sé libre de instalarte como si fuera tu propio hogar."


Sally buscó la maceta, y debajo del recipiente encontró una pequeña llave plateada. La observó durante unos largos segundos, incapaz de introducirla en la cerradura. Frunció el ceño y se sentó en el porche. No se sentía preparada para comenzar aquello, ¿pero qué opciones tenía? Tampoco se sentía preparada para afrontar su vida, ahora vacía sin su madre, en su casa donde la recordaría a cada segundo al entrar a cualquier habitación. ¿Acaso no se había prometido mientras llegaba que intentaría comenzar de nuevo? Buscar un trabajo, hacer nuevos amigos, tener una casa el cuádruple de grande que su piso... y ver de nuevo a Ian, a quien tanto había echado de menos de niña. Cerró los ojos frotándose las sienes. Desde luego no iba a ser un camino fácil ni cómodo, pero era fuerte y había escalado piedras más grandes que la que tenía ahora en el camino.
Se levantó, introdujo la llave en la cerradura y la giró, abriendo la puerta.

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