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1.26.2011

Auge


Hoy tengo ganas de gritar.
Nada en concreto, no sé.
Tan solo gritar, chillar, aporrear puertas.
Abrir jaulas.

Soltar la fuerza de mi interior.
Despiadada, como un tigre.
Dejarla desgarrar el tiempo.
Bloquear el oxígeno.

Que avanzara libre, como un huracán.
Libre y violenta, de tanto callar.
Rompiendo muros.
Disolviendo mareas innecesarias.

Si escapara sería de forma convulsa.
Vaporosa y compacta.
Cruda.
Bizarra y amarga.

Y una vez recorriera el espacio suficiente,
se desharía, de golpe.
Sería una nube de humo,
formando siluetas extrañas.



Me gustaría cerrar los ojos,
y dejarla salir de mis vísceras.
Laxas.


1.08.2011

Inocente

Aquella mañana era sabrosa: cielo azul, vacío de nubes y con un sol que hacía relucir hasta las pieles más viejas. Era domingo, y eso solo acentuaba aun más su sabor. Me gustaban mucho los domingos porque había misa. No, no soy religiosa devota ni nada parecido, pero me gusta ir a misa. La atmósfera de la iglesia es de otro mundo, te ayuda a flotar fuera del cuerpo terrenal, no por el hecho de que sea "la casa de Dios", sino por su amplitud y eco. Puedes oler el silencio que impregna el aire, y sentir paz, lejos de toda la vida actual.
Pero aquel domingo la misa comenzaba a las diez en punto, y yo acudí a las nueve y media. El cura abría las puertas a las nueve, pero se marchaba y dejaba el lugar solo para algunas monjas que bajaban a rezar. Recuerdo que me emocionó encontrar el lugar totalmente vacío, no había nadie rezando en los bancos, ni admirando las figuras de la virgen y el niño Jesús. Lo que más me sorprendió fue ver la reja del lugar donde las monjas rezaban abierta. Entré dirigiéndome al pasillo que se desliza hasta el altar, y me senté en uno de los últimos bancos. Cerré los ojos y durante minutos que parecieron horas sentí mi espirítu liberarse de tensiones, problemas y sufrimientos, lo sentí salir de mi cuerpo y flotar hasta la cúspide del edificio, sondeando los ventanales y sus vidrieras.
Entonces un ruido me sobresaltó y abrí los ojos. Al principio pensé que el cura había salido y que iba a dar comienzo la misa, y que estaba rodeada de gente. Pero no era así, seguía absolutamente sola. Cuando iba a comenzar mi estado de relajación de nuevo, volví a oírlo. Me levanté sin saber muy bien de dónde provenía ni de qué se trataba. Sonaba como un golpe, y pensé que quizás alguna monja había cerrado una puerta, y volví a oírlo. Era un ruido seco, y entonces lo escuché con más fuerza. Parecía llegar desde el interior de la torre de las monjas. Siempre había sentido curiosidad por adentrarme en ese lugar, así que miré la reja abierta con ansia. No me gustaba hacer cosas que no debería hacer, pero en ese momento lo olvidé y traspasé la reja. El ruido se hacía más insistente y entonces distinguí que estaba produciéndose detrás de la puerta de la izquierda. Me acerqué y apoyé la oreja con el ceño fruncido. Y entonces la sorpresa hizo que abriera los ojos como platos.
Alguien gemía.
Mucho.
Me aparté sin saber muy bien qué hacer o cómo sentirme. Estaba segura de que era una monja, y por un momento la imaginé sobre una mesa que golpeaba la pared tras las embestidas del cura. Intenté apartar ese pensamiento pecaminoso y volví a acercar la oreja.
Alguien seguía gimiendo.
Más.
Tanto que comencé a ruborizarme y a sentirme ligeramente excitada. El golpe seco era más ensordecedor, y pensé en abrir la puerta una rendija. Nadie se daría cuenta con tanto ajetreo. Nunca había visto una película porno y si generalmente a la gente le excita contemplar un acto sexual en directo, imaginaos cómo me ponía a mi. Miré al altar por si el cura había aparecido (no quería pensar en encontrármelo con la monja) y giré el pomo.
Lo primero que vi fue una habitación amplia, sin ventanas supuse, ya que había una gran lámpara de araña en el techo con todas las velas encendidas, y aun así reinaba bastante oscuridad en los rincones. Había una cama sencilla individural con sábanas blancas, y una mesita de noche de madera oscura a su izquierda.
Ahora escuchaba a la mujer más alto, pero desde ese ángulo no se veía nada, así que me arriesgué a asomarme más y entonces lo que vi me hizo entreabrir la boca involuntariamente.
Efectivamente, una monja era quien disfrutaba, y era bastante joven por su rostro. Rubia, con larga melena, de facciones delicadas y cuerpo esbelto. Estaba sentada sobre un tocador, de espaldas a un espejo ovalado, con el vestido desabrochado, mostrando dos grandes pechos, y con las faldas remangadas hasta el ombligo, con las piernas realmente abiertas. Pero no era el cura quien la hacía gozar de esa forma. Ni siquiera era un hombre.
Era una chica de mi edad.
Y los golpes no los hacía la supuesta penetración del cura. Los hacía la propia monja golpeando una silla contra el suelo, inconscientemente, por lo que la lengua de esa chica le estaba haciendo entre las piernas.
Agarré el pomo con más fuerza sin terminar de creer lo que mis ojos veían. ¿Dos mujeres? Yo sabía que en este siglo estaba "de moda" el tema homosexual, pero yo crecí en un pueblo de cuatro casas prácticamente, rodeada de cabras y ovejas, lana y leche, y la escena que estaba observando jamás creí que pudiera suceder realmente, y menos que diera tanto placer. Por un momento deseé sentir lo que aquella monja estaba sintiendo, y me avergoncé de pensar en eso. No era algo normal.
La monja dejó de golpear la silla y levantó los brazos sujetándose de la parte superior del espejo, alzando los pechos y echando la cabeza hacia atrás, y llegó al climax, al cielo que jamás he llegado a sentir con los hombres con los que he estado. Eso solo añadía más incertidumbre a la situación. La otra chica se levantó (estaba de rodillas) y pude ver su rostro en el espejo. No la había visto por el pueblo pero tenía algo en el rostro que me gustó... Estaba tan asombrada que ni me acordaba de que me había asomado por la puerta más de lo justo y entonces sus ojos se plantaron en mi, y una sonrisa, como la que me lanzaban algunos hombres, se dibujó en su boca.
Salí corriendo.