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11.05.2010

Nora (parte II)


Nora se observó en el espejo al terminar de arreglarse. Unos ojos grisáceos le devolvieron la mirada con expresión ceñuda. Se había teñido el pelo, dándole un toque más rojizo, y se lo había alisado a conciencia para aquella noche, rizándose ligeramente las puntas.

También había desenterrado de su armario una camisa de encaje, realmente provocativa pero sin ser vulgar, y una falda ceñida a su cintura y su trasero, junto a unos tacones negros que usaba tan solo para asistir a entrevistas de trabajo.
Y también se había maquillado muy cuidadosamente, cosa que solo hacía cuando acudía a bodas, bautizos o comuniones, es decir, nunca.

- Bien pequeña... esta noche es LA noche...

Eso de que el físico apenas importa, que lo que realmente enamora es el interior, está sobrevalorado. Era obvio que la Nora informal no se parecía en absoluto a la Nora arreglada y maquillada, pero cuando se trataba de intentar conquistar a alguien, eso está de más.

Aquella mañana, Nora salió de clase rumbo al patio trasero, donde había quedado con un amigo. Bueno, concretando, el chico que la ponía a cien desde hacía un par de meses. Simplemente para prestarle unos apuntes de francés. Sí, patético. Bien, pues más patética se sintió cuando lo vio tumbado encima de otra amiga suya, que es mil veces más atractiva y sexy que ella, o eso es lo que Nora piensa. Cuando aquella chica, llamada Alexandra, entró al instituto, Nora se concentró en respirar hondo y acercarse a López para entregarle los apuntes y para...

- Oye... me preguntaba si tienes planes para esta noche - comentó, o más bien murmuró.

A lo que él respondió...

- Pues francamente no lo sé... - sonrió - pero lo que sea puedo postergarlo para otro día. ¿Te recojo a las diez?
- Preferiría a las doce... me gusta la noche cerrada.
- Genial entonces.

Acto seguido le guiñó un ojo y se fue, dejándola casi literalmente sin respiración. Con lo cual ahora entenderéis el por qué de tanto arreglo, ya que hacer la competencia a Alexandra era algo casi imposible.
Mientras se observaba en el espejo por enésima vez sonó el timbre de la puerta.
Suspiró, resopló, se abanicó con las manos y corrió a abrir. El tío que protagonizaba sus sueños más húmedos apareció al otro lado.

- Good evening Miss Rossi.

- Hola - respondió, seca, casi tartamudeando. Casi cerró los ojos por los nervios y apretó la mandíbula. El chico notó su nerviosismo y suavemente le besó la mejilla, cerca de la comisura de la boca, creyendo que ese acercamiento la tranquilizaría. Lógicamente lo único que consiguió fue que el corazón de Nora retumbara en sus oídos.
Pero poco a poco consiguió relajarse, cogió las llaves y cerró la puerta, dándole la espalda. Cuando se giró López la acorraló, empujándola levemente hacia la puerta.

- ¿Por qué cierras? - preguntó sonriendo - ¿acaso están tus padres?

Ella lo miró barajando la situación. Él sabía perfectamente que ella vivía sola desde hacía dos años, con lo cual estaba tomándole el pelo. Conociéndolo, había pensado en la posibilidad de que hubiera querido quedarse en su casa, aunque no creyó que quisiera ir al grano tan directamente. Estaba claro que la faceta de amigo y la de ligue eran totalmente opuestas. Tenía dos opciones: o mandarlo a paseo, o... hacer lo que llevaba tanto tiempo esperando.

11.04.2010

PARTE II [Ian & John]

Observó la taza de té humeante que aquella camarera, de escasos dieciséis años, había plantado delante de su mesa, sin él haberla pedido, junto con una pequeña notita escrita en la etiqueta del saquito de té. Además de "té verde" rezaba un número de teléfono móvil, y no había que ser muy inteligente para saber que aquella jovencita le estaba tirando los trastos.
Con el dorso de la mano la retiró hacia el lado derecho de la mesa, mientras apoyaba el brazo en el lado contrario. Miró el reloj. Marcaban las cinco y treinta y ocho minutos, y había quedado con su mejor amigo John a las cinco y cuarto. Generalmente John era bastante impuntual, así que no le sorprendió verlo entrar con expresión tranquila y conforme en aquel bar pequeño.
- ¡Ian! ¿Qué era eso tan urgente que tenías que contarme? Llevo toda la mañana pensando en ello - comentó con su mejor sonrisa, intentando evitar cualquier comentario o regañina por la tardanza.
Ian suspiró. Lo conocía desde hacía mucho, mucho, mucho tiempo, no sabéis cuánto, y ya ni se molestaba en decirle absolutamente nada al respecto. Algunas personas nacen con manías y al cabo de toda su vida no consiguen arreglarlas. John era ese caso.
- Jonhattan, necesito que me hagas un favor. - la voz le salió demasiado seria, algo anormal en él, con lo cual Jonh le prestó auténtica atención.
- ¿Ha pasado algo? - frunció el ceño - ¿Algo relacionado con.. nosotros? - bajó la voz mirando a las pocas personas que había en el bar.
- No, no, no es eso. - inconscientemente cogió la etiqueta del té entre los dedos. - Verás...
- ¡No fastidies! - John comenzó a reír a carcajadas. - ¿Has pedido té? ¿Tú? - intentó calmarse aunque las lágrimas comenzaban a asomar por sus ojos.
- No, yo no - sonrió - aquella camarera me la trajo al sentarme, ya sabes que yo no tomo té.
- ¡Y tanto que no! - siguió riendo hasta que consiguió serenarse y volvió a concentrar su atención en el tema. - Dime qué quieres, no tengo problema en hacerte cualquier favor.
- Necesito quedarme en tu casa durante un tiempo...
John observó sus ojos verdes frunciendo el ceño. - ¿Le ha pasado algo a tu casa?
- No, pero... se la he ofrecido a alguien que la necesita y... no puedo vivir con ella...
- ¿Una ex? - sonrió.
- Mi prima, se llama Sally.
- Ya... - asintió pensativo - tu prima... ¿y por qué extraña razón no puedes convivir con ella?
- No es como nosotros - susurró.
John miró las múltiples líneas que surcaban la mesa de madera.
- Ian, creo que te has metido en un lío.
Ambos se miraron durante otro largo momento.
- Sí, yo también lo creo...

11.02.2010

Alexandra (parte I)

Aspiró el dulce aroma de la nicotina con placer, notando el humo cálido deslizarse por su garganta hasta hacer hervir levemente sus pulmones. Abrió los labios y lo expulsó formando una pequeña nube gris, dibujando una frontera translúcida entre ella y el resto del mundo. Le gustaba sentirse aislada con su cigarrillo.

Alexandra abrió las piernas sintiendo el frescor de aquella mañana de otoño entre ellas. Su falda vaquera apenas le cubría los muslos. Llevaba unas medias de red raídas por algunas zonas, y unas bragas negras de marca. Sus piernas eran largas y muy delgadas, al igual que la parte superior de su cuerpo. Su vientre era plano, musculoso y perfecto. Su ombligo estaba decorado por un piercing de plata del que colgaba una pequeña libélula violeta. Una camiseta ceñida de tirantes lo cubría.

Dio otra calada larga, suave. Dejó escapar el humo por la nariz mientras cerraba los ojos. Ojos almendrados, de color azul pálido. Ojos de mirada perdida, misteriosos, que nunca permitían ser explorados por otros ojos.

Sus pómulos eran marcados, realzando su belleza nórdica. La tez era tan pálida que resultaba enfermiza, pero sus labios destacaban a varios metros por ser del color de las fresas.

Alexandra acabó el cigarrillo aunque no se lo quitó de los labios. Lo dejó ahí para mordisquearlo suavemente con sus dientes perfectos. Deslizó los dedos entre el césped aun húmedo por el rocío de la mañana. Su larga melena oscura, con algunos reflejos azulados, se expandía a su alrededor formando una sábana de seda.

Llevaba varios minutos con los ojos cerrados, completamente relajada cuando de pronto sintió algo pesado y caliente sobre ella, algo que le quitó el cigarrillo de la boca y que le dio un beso ardiente. Ella suspiró de placer contra la barbilla de López.

- Qué grata sorpresa… - comentó mientras se levantaba y sacudía los restos de césped incrustados en su pelo.

- Por una vez me has correspondido, ¿están bajas tus defensas inmunológicas, Alex?

- No, aun no me ha bajado la regla, pero está al caer. Así que si quieres metérmela tendrás que darte prisa.

- Esta noche no he quedado con nadie.

- ¿Ah no? ¿Ya has mandado a paseo a tu última conquista? ¿Cómo se llamaba? ¿Eric?

- No, ese fue el de la semana pasada. El último fue Guille.

- Ah sí, el latinoamericano. – rió.- Menuda pluma que tenía… no me daba muy buena espina. ¿Cómo fue en la cama, por cierto?

- Sin comentarios… por eso no he quedado con él esta noche.

Ambos se miraron y rieron con ganas. López, al igual que Alexandra, dedicaban sus fines de semana a ir a discotecas “de cacería”, y les daba igual el sexo de la otra persona, mientras funcionaran en la cama, asunto resuelto.

López era el “Don Juan” del instituto. Todo un rompecorazones, podía convertirse en tu sombra y colarse entre tus sábanas sin apenas darte cuenta. Y lo peor es que, a veces, eso se convertía en el único objetivo de muchas chicas que suspiraban al cruzárselo. Y el de muchos chicos también.

Alexandra suspiró de mala gana al oír el timbre que anunciaba la última clase del día. Se había saltado la clase de historia porque la profesora la ponía caliente y no conseguía concentrarse en el tema nunca. Aunque ¿a quién le importaba el tema? El verdadero motivo era que la cabeza le martilleaba y necesitaba un cigarrillo. Y a ella le encantaba fumárselos con toda la tranquilidad del mundo, disfrutándolos. Y así lo había hecho. Pero ahora no podía faltar a clase, así que se despidió de López con un buen intercambio de saliva y entró al edificio.

PARTE I [Sally, llegada.]

Cuando el taxi frenó cerca del número dieciséis de la Avenida Lejanía, el sol casi había desaparecido por el horizonte. Había llovido durante todo el trayecto pero minutos antes de llegar el cielo se había cansado de derramar gotas.
Así, cuando Sally bajó del coche, observó un hermoso arco iris dividiendo el cielo de un modo casi mágico. El otoño acababa de llegar y podía olerse a través del viento. Pagó al taxista y obsevó cómo el coche se alejaba, intentando alcanzar al sol antes de que se escondiera completamente.
Volvió a mirar el fragmento de papel, donde estaba escrita la dirección y suspiró. No sabía si estaba preparada para afrontar un cambio tan brusco en su "nueva" vida... Se encontraba en mitad de una carretera vacía, y a ambos lados de ella había hileras de casas, cada una con su respectivo jardín, y cada una diferente a la anterior. Pero tenían algo en común, todas representaban la expresión del buen gusto: paredes de color crema, suaves, columnas blancas y rosáceas en el porche de la entrada, arbustos podados en forma de ciervos y jirafas, palmeras y cocheras del tamaño de su anterior casa, y un largo etcétera de lo que ella consideraba un desperdicio de dinero, tal y como estaba el mundo fuera de aquel lugar pijo.

Sally se dirigió hacia la acera derecha, buscando la puerta número décimosexta: la casa de su primo Ian, al que no había vuelto a ver desde que tenía siete u ocho años. Tan sólo recordaba vagamente a un chico joven, atractivo, con unos increíbles ojos verdes y pelo rubio largo hasta los hombros. Sonrió al recordar a su madre, revolviéndole el pelo e intentando convencerle para que se lo cortara, y la posterior risa de él, diciéndole que ni lo soñara. Fue la última vez que lo vio, y nunca supo el motivo por el cual él no volvió. Su madre fruncía los labios cada vez que Sally intentaba sonsacarle algo, y ahora, justamente ahora, Ian le enviaba una carta invitándole a vivir en su casa con él. Ahora tendría unos treinta y seis años, y posiblemente tuviera pareja, o incluso hijos. Sonrió nuevamente ante tal perspectiva. ¿Enseñaría a su hijo a tocar canciones de Ac/Dc en su guitarra eléctrica? Era más que probable. Abrió la cancela, a cada paso más nerviosa, internándose en el frondoso jardín, lleno de rosas y margaritas, y con una mano temblorosa sacó la carta que le había enviado, releyéndola nuevamente.

"Querida Sally:
Es mi deber como primo hermano que soy, el darte mi más sentido pésame ante una desgracia de tal envergadura. Es doloroso la pérdida de un ser querido, y más a tus diecinueve años. Mantengo muy buenos recuerdos de tu madre, y no me cabe la menor duda de que se ha marchado orgullosa de ti y de tus cuidados. Me complace escribirte esta carta con el simple objetivo de ofrecerte mi casa para que descanses de estos últimos dos años de sufrimiento, y te alejes de las esquinas del dolor viviendo un tiempo en aire distinto y fresco. Por favor, acepta mi oferta sin ningún tipo de compromiso. Espero tu respuesta.
Con cariño,
Ian.

P.D.: Por motivos personales no estaré en casa durante unas semanas, con lo cual te dejaré una copia de la llave debajo de la segunda maceta a mano derecha de la puerta principal. Sé libre de instalarte como si fuera tu propio hogar."


Sally buscó la maceta, y debajo del recipiente encontró una pequeña llave plateada. La observó durante unos largos segundos, incapaz de introducirla en la cerradura. Frunció el ceño y se sentó en el porche. No se sentía preparada para comenzar aquello, ¿pero qué opciones tenía? Tampoco se sentía preparada para afrontar su vida, ahora vacía sin su madre, en su casa donde la recordaría a cada segundo al entrar a cualquier habitación. ¿Acaso no se había prometido mientras llegaba que intentaría comenzar de nuevo? Buscar un trabajo, hacer nuevos amigos, tener una casa el cuádruple de grande que su piso... y ver de nuevo a Ian, a quien tanto había echado de menos de niña. Cerró los ojos frotándose las sienes. Desde luego no iba a ser un camino fácil ni cómodo, pero era fuerte y había escalado piedras más grandes que la que tenía ahora en el camino.
Se levantó, introdujo la llave en la cerradura y la giró, abriendo la puerta.

Shh...

Cierra la puerta,
apaga la radio,
desliza las cortinas,
olvida los susurros del viento,
cierra los ojos
y escucha el silencio.
Ignora el murmullo lejano de la vida hablando,
gritando,
corriendo,
muriendo,
llorando.